Hace
unas semanas pasó por mi consulta Gabriel (nombre ficticio), de 40 años,
aquejado de fuertes dolores de cabeza, tensión arterial alta y problemas para
conciliar el sueño. Viene derivado por el médico de su centro de salud, el
cual, tras múltiples pruebas diagnósticas, ha descartado cualquier dolencia
física que pueda generar dicha sintomatología.
Ya
en consulta, mi paciente me explica que trabaja como Jefe de ventas en una
multinacional y que casi siempre se ve sometido a mucha presión por parte de
sus superiores. Además, reconoce, que desde siempre ha sido una persona muy
enérgica, impaciente, luchadora, con mucho miedo a fracasar y que ha dado al
trabajo un papel central en su vida, dejando de lado algunas aficiones a lo
largo de los últimos años.
Dice
que se presiona mucho a sí mismo y a los demás en la consecución de los
objetivos. Se queja de que nunca tiene tiempo suficiente para nada y esto le
pone muy nervioso. Apunta que, habitualmente, se muestra ante los demás,
demasiado directo y autoritario, e incluso, algo agresivo tanto en su casa,
como en el trabajo. Ésta actitud, dice, le está ocasionando más de un problema.
¿Qué
objetivos nos marcamos con Gabriel?
1. Se trabaja para que el paciente establezca un nuevo
patrón de actitudes ante la vida, que le permitan vivir de una manera menos
tensa.
2. Reducir la ansiedad y el estrés crónicos.
3. Se potencia el desarrollo de actividades sociales y
recreativas como una parte esencial de su vida.
¿Cómo
se hizo?
1. Se identifican y modifican los pensamientos
(automáticos y sesgados) que sostienen el comportamiento exigente y acuciante
del paciente.
2. Se trabaja y refuerza para que se centre únicamente en
una actividad a la vez.
3. Reducir el número de horas en el trabajo (horas
extras) y compromiso de “apagado de móvil” en unas horas determinadas al día.
4. Práctica de una técnica de relajación que debía de
realizar todos los días.
5. Realización de una actividad lúdica tres días a la
semana.
6. Se potencia sus habilidades de escucha y empatía para
con los demás.
7. Se le anima a que piense menos en sí mismo y más en
los demás. Se le refuerza su decisión de colaborar en una ONG de su municipio
una vez por semana.
Gabriel,
tras un par de meses después de finalizada la terapia, me comentó que se
encontraba muy bien de salud: la tensión arterial había vuelto a niveles
normales, no tenía dolores de cabeza y dormía muy bien por las noches.
Anímicamente se encontraba mejor que nunca, siendo más consciente de las cosas
buenas que le rodeaban y tomándose los problemas o dificultades de la vida de
una manera más sosegada.
“La sabiduría es
una tranquilidad del alma que por nada puede ser turbada y que ningún deseo
inflama”
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